Yo tuve la suerte de ver Star Wars por primera vez bajo el manto estrellado que prporcionan los cines de verano al aire libre. Me acompañaban la adolescencia y una ingenuidad enorme como una nave del Imperio. El primer problema se planteó con la elección entre Lucke Skywalke y Han Solo como hombre ideal. Se trataba de un problema considerable. Han Solo tenía el encanto de los chicos malos, el vagabundo errático que nació para ser libre y al que nada ni nadie iban a cortarle las alas. Nadie iba a decirle a Han como tenía que vivir. Sobre las costillas de Lucke caían los pesados fardos del destino, el deber cumplido y la salvación de tooooooooda la humanidad. La “última esperanza” no era Obi Wan Quenobi, era Lucke y estaba condenado a servir, a luchar por el bien común, a ser el salvador que no puede renunciar a la plaza. Pero lo que convertía a Lucke en un ser verdaderamente atractivo no era ese camino de misera obediencia al que todo héroe moral se debe. Lo que de verdad molaba es que Lucke era un Jedi. Y eso y no otra cosa es lo que ha conferido a la saga de Star Wars su aparente carácter de eternidad.

El mítico héroe que Joseph Campbell sintetizara para el común de los mortales en su famoso “Héroe de las mil caras” es un esquema que podemos encontrar en multitud de mitos con nombre y apellidos. Pero lo que de verdad motiva a un mundo perdido en el extremismo del pensamiento racional y ávido de misterios inexplicables son los Jedi.

Es muy sencillo descubrir que historias contienen elementos verdaderamente simbólicos y cuales son. Basta con observar a un niño y escuchar sus razonamientos entorno a la historia y los personajes en cuestión. Y en el caso de Star Wars está claro como un cristal limpio. Contesta sin pensar, suelta lo primero que se te ocurra cuando oigas “Star Wars”. Fácil, “que la fuerza te acompañe” JJ Abrams lo tiene tan claro que ha titulado a la nueva entrega de la saga “The Force Awakens”

Lo que podríamos traducir como “El despertar de la Fuerza” poniéndonos más o menos poéticos.

La Fuerza nos gusta por multitud de razones. Por ejemplo, responde a una idea de la divinidad mucho más aceptable por el hombre del mundo moderno que los viejos y desfasados modelos de ancianos barbados. La Fuerza es fácilmente equiparable a los nuevos modelos de organización del universo que la incomprensible mecánica cuántica ofrece, lo que le confiere un valor de certeza incalculable. No en vano existen no una sino varias Iglesias Jedi como la Iglesia Jedi, “jedichurch.org” o el templo de la orden Jedi. “templeofthejediorder.org” Ambas sumando más y más adeptos cada día que pasa.
Todo el mundo ha oído hablar del libro de Campbell, pero son muchos menos los que se han parado a leerlo. A mí siempre me ha llamado la atención la literalidad con la que sabiamente Lucas aplicó a su guion original las ideas de Campbell.

Dice Campbell:

Para decirlo en pocas palabras, la doctrina universal enseña que todas las estructuras visibles del mundo –todos los seres y las cosas- son los efectos de una fuerza ubicua de la cual surgen , que los sostiene y los llena durante el período de su manifestación y los devuelve adonde finalmente deben disolverse. Esta es la fuerza conocida en términos científicos como energía, para los melanesios como mana, para los indios sioux como wakonda, para los hindúes como shakti y para los cristianos como el poder de Dios.

Y para los fans de Star Wars como “La Fuerza” nombre que, sin ningún género de dudas, le debe al citado párrafo de El Héroe de las Mil Caras de Campbell. Lo podéis encontrar en la segunda parte del libro “El ciclo cosmológico” capítulo 1.

El hombre necesita ritos que le permitan mantener una sana y pacífica relación entre consciente e inconsciente y es inevitable que la destrucción de los viejos rituales conlleve la imperativa necesidad del surgimiento de otros nuevos. El ritual, para ser efectivo en su función, debe transcender a su inherente teatralidad. Esta superación de la puesta en escena puede alcanzarse de las formas más diversas, tanto extremándolo en el lado de la trascendencia como llevándolo al polo opuesto en el que se le pretende carente de toda importancia. Ambos casos representan estrategias equiparables para escapar a la severa daga de la mente racional obligada a castrar cualquier rasgo de irracionalidad.

El triunfo de Star Wars es solo un signo de los tiempos que nos ha tocado vivir y su éxito no reside en sus héroes sino, precisamente, en la carencia de estos. Poco importa lo intrincada o no que sea la historia, que Harrison Ford vuelva a la saga o que sus hijos y los de la Princesa Leia vengan a sustituirlo. Tampoco pasa nada porque el nuevo maquillaje del lado oscuro de la fuerza sea azul fosforito en lugar de negro o de rojo. Lo único que es intocable es la existencia de la Fuerza.
Como en cualquier otra religión, la imagineria debe adaptarse a los nuevos tiempos, pero el motivo primigenio del que surge la fuente de esperanza, ese debe permanecer por los siglos de los siglos.

La Fuerza que Star Wars propone es, y siempre será, mucho más poderosa que cualquier héroe. ¿Por qué? Porque es democrática. Cualquiera puede ser maestro Jedi. Lucke Skywalker, Han Solo, Superman, Spyderman o Harry Potter son uno y no hay más que uno que valga. Los demás tenemos que limitarnos con soñar a escondidas que somos el, ponernos en su lugar, ser su mejor amigo o imaginar su angustia. Pero, eh, maestro Jedi? Si incluso podemos ser oficialmente padawans en el mundo real, convertirnos en acólitos en una de sus iglesias y sentir los poderes de la fuerza, que no olvidemos que está en todas las cosas, fluyendo a través de nuestras propias venas. Incluso si optamos por ser malvados, libre albedrio, la fuerza seguirá estando con nosotros. ¿Quién puede resistirse a algo así?

Especialmente ahora, que el mundo está lleno de gurús dispuestos a regalarnos los oídos con todo tipo de ideas que demuestran mediante el supuesto uso de las más estrictas teorías científicas que la Fuerza, tal y como la entiende cualquier Jedi que se precie, existe.

Hace unos días me permití el pequeño lujo de asistir a la recién inaugurada escuela Jedi de Disneyland Paris, “Jedi Training Academy”. Es un espectáculo como pocos. No porque el espectáculo, en sí, la puesta en escena propiamente dicha, sea nada digno de mención. Son los jóvenes padawans los dignos de mención. En mis tiempos hacíamos la comunión; ahora su día es el día en que se enfrentan a Darth Varder espada laser en mano. Mucho más jugoso, dónde vas a comparar.

Allí sentado te das cuenta de que ese es el secreto. No son niños disfrazados de este o aquel personaje, no son niñas vestidas de Blancanieves o Frozen; son ellos, ellos mismos, con su nombre y su apellido y su título de joven padawan luciendo su propia hábito de monje medieval mostrándole al mundo su poder como parte de la fuerza que fluye a través de su espada laser cuyo poder nace de su autocontrol. Nada ni nadie puede igualar eso.

Recuerdo una de las niñas a quien se le salía el vestido de princesa por debajo de la túnica. Era la pura imagen de la aglomeración de arquetipos luchando por emerger. Los valores de las viejas princesas cargadas de oropeles borrados, camuflados bajo el manto de invisibilidad del humilde hábito monjil. El hábito, como cualquier otro uniforme, es una pieza destinada a borrar la característica de unicidad de quien lo lleva. Todos somos iguales a los ojos de dios. Enseña humildad y democratiza, aparentemente, a sus usuarios. Después, como es inherente a la naturaleza aparecen los rangos y la pretendida democracia del hábito pasa a ser un estandarte de rango. Lo importante es el rango, no el individuo que lo ostenta. El hábito puede que no haga al monje, pero desde luego colabora con mucho a hacer comunidad. Tú ya no eres tú, eres parte de este o aquel ejército, sea humano o divino, eres del fondo sur, un representante de la ley o un miembro de la familia Gryfindor. Ya no eres tú, eres parte de algo. Y eso, al primate que todos llevamos dentro, ese “ser parte le gusta”.

El problema es que ese carácter de ser único, excepcional e irrepetible también nos gusta. Pero los héroes, especialmente los super-héroes, nos enseñan que la “especialidad” tiene un precio. Sólo hay un Superman, sólo hay un Harry Potter y aunque no lo parezca, sólo hay un Doctor Who, como sólo hay un presidente o un rey. Y eso implica que todos los demás no lo somos. Nunca nos veremos laureados por los compañeros de la casa Gryfindor porque, al final del día, cuando llegue la hora de elegir disfraz, seremos todos un puñado de versiones falsas de Harry, luchando desesperadamente por que el nuestro sea el mejor parecido.

En cambio ser Jedi es perfecto. Cualquiera puede ser maestro jedi porque como en cualquier arte marcial todo es cuestión de entrenamiento y la fuerza no es posesión de nadie. La fuerza, ya lo dice Campbell, es universal y no es domesticable. Además, el grado alcanzado, como en las artes marciales, encaja como anillo al dedo con la más pura filosofía del capitalismo liberal. Todo depende de tu esfuerzo, cada uno tiene lo que se merece. O eso dicen.

Star Wars no nos ha conquistado porque su mitología responda a los pasos de todo rito de paso iniciático. Star Wars sigue ahí porque da forma a las necesidades emotivas y espirituales de una sociedad que transita a duras penas por el doloroso proceso de la transformación. Perdidos, aturdidos y cansados nos agarramos con desesperación a cualquier cosa que nos ofrezca sensación de solidez, de perpetuidad, de espiritualidad. Poco importa el signo que tenga. Estamos todos demasiado cansados y perdidos como para pedir más explicaciones. La Fuerza suena bien, tiene el perfume de lo antiguo, de lo eterno, de lo místico y de lo poderoso. No es explicable, eso es bueno; se parece a la mecánica cuántica, eso es bueno, nadie entiende la cuántica pero ahí está como la antigua verdad insondable que representaban los dioses. No hace falta ser especial para sumarse, eso es bueno. Su credo es fácil de aprender “que la fuerza te acompañe”. Ya lo decía Quevedo, lo bueno si breve dos veces bueno. Y además, está por todas partes. Y por si fuera poco, puedes creer en ella oficialmente, o pretender que sólo estás jugando. No puede comprarse, venderse, alquilarse o robarse. ¿Qué podría superar algo así?

El gran maestro Antonio Piñero se ha dejado la garganta explicándonos a todos como el gran éxito del cristianismo se debió a la habilidad de Pablo de Tarso para democratizar la religión y con ella la esperanza de la vida eterna. Hasta que llego Pablo, el acceso a la vida eterna era el resultado de una larga y complejísima lista de rituales que sólo los más ricos podían permitirse. Son los faraones los únicos que tienen pirámides como toca y sólo los más adinerados de entre los griegos y romanos podían permitirse lujos como los misterios de Eleusis. Pero Pablo ofrecía la misma salvación eterna sin tener que gastarse un duro, gratis, y además sin tener que complicarse en rituales extrañísimos y sin ni siquiera tener que cortarse el prepucio. Los dioses, realmente bajaron a la tierra y se democratizaron. Cualquiera podía ser cristiano.

El cristianismo lo demostró y no lo hizo en un par de años, pasaron algunos cientos. Yo, seguro, no lo veré. Pero “la Fuerza” empuja con fuerza, valga el juego de palabras y tal vez, lo que hoy no nos parece más que un juego de niños y frikis, tal vez sea el inicio de un nuevo modo de entender la divinidad y las religiones.

Dentro de 300 años George Lucas podría pasar a ser un instrumento de la fuerza a través de quién su poder se consolido en un cuerpo de historias escritas para abrir los ojos a la humanidad ante el verdadero misterio del cosmos, ese polvo de estrellas del que todos surgimos y al que todos acabaremos volviendo alguna vez para desintegrarnos y volver a ser la energía de la que surge la fuerza….

Que la fuerza te acompañe!